Érase una vez una niña a quien habían enseñado, desde muy chiquita, que mirarse demasiado en el espejo era de persona muy narcisista y vanidosa.
De hecho, las mujeres de su familia pasaban muy poco tiempo delante del espejo, estando ocupadas en otras actividades “más inteligentes”, “más creativas”, “más socialmente útiles”, “más esto” y “más aquello”: esquiar, pintar, hacer voluntariado, estudiar, bordar, viajar…
La niña, por lo tanto, creció y se hizo mayor realizando actividades inteligentes, socialmente útiles y creativas: escalar, escuchar y tocar música, estudiar antropología, cooperación al desarrollo y COACHING…
Se tomó el “mandato del espejo” tan al pie de la letra que, cuando se encontraba en contextos públicos con mujeres que se detenían “muchísimo tiempo” admirándose y arreglándose frente al espejo (en el ascensor o en los baños de los boliches) se moría de vergüenza ajena. Eso empeoraba cuando alguien la sorprendía en las raras veces que se concedía hacer lo mismo.
Así llegó a sus 38 años, habiendo pasado muy poco tiempo frente al espejo…
¿Cuánto? Si calculamos, un máximo de una hora por semana. Eso era el resultado de la suma de esos minutos en que su cara todas las mañanas se cruzaba con el espejo después habérsela lavado, más los momentos en que escogía la ropa que se iba a poner.
Al multiplicar el resultado por las 52 semanas que tiene un año y calculando el tiempo por 36 años (suponiendo que en los primeros dos años uno no se mira al espejo), la suma total era de 1872 horas.
Quiero aclarar que La niña que no se miraba al espejo era yo. De hecho, cualquiera que observe mi pelo se dará cuenta que no tengo costumbre de peinarme… ¡por lo menos nunca frente a un espejo!
Bueno, yo nunca me había parado a pensar que eran “tan pocas” mis horas “de vanidad” hasta que llegó el día en que, formándome como coach ontológica en Newfield Network, mi maravillosa coach ayudante, Lili, me regaló una fantástica pregunta que me hizo reflexionar: “¿Cuánto sueles mirarte tú al espejo?”
A Lili le encantan las metáforas y quizás ella quería invitarme a hacer una reflexión más introspectiva u ontológica, sin embargo, yo tomé sus palabras al pie de la letra y me di cuenta que mis escasos diez minutos diarios frente a la superficie reflejante podrían considerarse pocos comparados con la costumbre de otras personas.
Reflexioné y empecé a preguntarme el porqué: “No es que yo no me mire porque me considere fea, eso no… ¿y por qué será entonces?”. Y luego de repente se rompió la transparencia y me acordé de haber sido una Niña que no tenía que mirarse demasiado al espejo. Era algo que me había enseñado desde pequeña como tantas otras cosas que nos transmiten en la infancia…
Estamos hablando de creencias, juicios y formas de hacer las cosas que tomamos como “verdades absolutas” y que, algunas veces, generan hábitos que nos limitan y cierran posibilidades.
Y aquí va la pregunta de coaching ontológico para vos: ¿Cuánto sueles mirarte tú al espejo?
¡Estoy segura que cualquiera de ustedes suma muchas horas más de las que sumo yo! Imaginemos aquellas personas que suelen ponerse cremas, maquillarse, desmaquillarse, ponerse más cremas, peinarse y no sé qué más actividades que yo nunca hice…
¿Cómo sería entonces admirarse un poco más sin sentirme petulante? ¿O hasta jugar con eso? Te cuento lo que a mí me pasó:
Un día, una coachee que es maquilladora profesional, se enamoró de mi “perfil griego” (¿?¡!) y me pidió hacerle de modelo para una sesión de maquillaje artístico. ¿Por qué no, pensé?
Después de 1872 horas de tímidas y fugaces miradas me pasé UNA TARDE ENTERA haciéndome la diva mientras me maquillaban, me ajustaban el pelo, me ponían joyas de Swarosky… y, por último, sacándome fotos con esas cámaras profesionales gigantes y con esos focos reflectantes que hacen “puff”…como en las películas…
Justo esa fue la experiencia que yo necesitaba para permitirme admirarme con liviandad. Fue la revancha total de la niña del espejo.
Aquí van algunos resultados de esa tarde de diversión total.
make up by Julia Cuellar,
photo by Juan Florenciañez
Me entusiasmé tanto con la iniciativa que, aunque ya había terminado la sesión y me habían quitado todo el maquillaje, quise mantener las pestañas postizas puestas… ¡Lástima que chocaran con mis gafas dejándome medio ciega!
De todas formas, tuve tiempo de llegar a casa sana y salva (excepto por los dos “casi accidentes” de tránsito por mi escasa visual) y hacerle un par de pestañeadas de diva a mis hijos sorprendidos y divertidísimos… Así, quizá, aprendieron, junto a mí, que no hay que tomarse demasiado en serio ciertos mandatos.
Un mundo nuevo de posibilidades
Este es solo uno de los tanto ejemplos de cómo el coaching te abre posibilidades qua nunca hubieras imaginado… También te puedo contar cómo, a través del coaching, mi espalda dejó de doler después de 10 años y pude volver a escalar… o cómo ahora me atrevo a decir “te amo” a mi esposo mucho más de lo que hacía antes…Así de transformador puede ser el aprendizaje ontológico!
Entonces, mi pregunta para vos es: ¿TE ATREVÉS HOY A IMAGINAR LAS POSIBILIDADES QUE NUNCA HUBIERAS CONTEMPLADO?
Si quieres, ¡te acompaño!
Te invito a descubrir más sobre el coaching y a explorar ACÁ la sección de mi página web dedicada a ello. Contáctame para enterarte más del poder de las conversaciones transformadoras.