(Basado en una historia personal. Cada relación con personas o hechos reales mencionados es CASI pura coincidencia)
Una de las competencias a las que me entrenaron durante mi camino de aprendiz en la Escuela de Coaching Ontológico Newfield Network es que para ser una coach profesional no tienes que “comprarte el cuento de tu cliente” (que desde aquí llamaré con su correcto nombre en inglés: coachee).
Que significa eso? Significa no caer en el error de creerte su verdad como la única verdad posible y no meterse las gafas con las cuales él o ella está observando el asunto que te trae en la sesión; no dar por sentadas o únicas posibles sus creencias y las eventuales acciones y decisiones disponibles para “salir del problema”.
Lo que tiene justamente que hacer un Coach Ontológico es mantener la perspectiva amplia, la “mirada periférica” (término prestado de las artes escénicas), para acompañar al coachee a ponerse otras gafas, y descubrir cuáles otras interpretaciones puede dar a lo que le pasa, y cuáles nuevas posibilidades de acciones se presentan.
Puede ser que desde las nuevas lentes, lo que antes para él o ella era un problema del cual salir, ahora ni aparezca como tal.
En mi experiencia ejerciendo la profesión, esto de “no comprarse el cuento”, también expresado con otra metáfora, la de “no entrar en la caja en la que vive el coachee”, resulta absolutamente evidente cuando se hace coaching con parejas, de forma individual: a veces los dos traen interpretaciones no solamente distintas, sino muy divergentes u opuestas de los mismos acontecimientos.
Hasta allí, todo bien. Pero qué pasa a un Coach cuando mantiene la mirada periférica y desafía cajas ajenas y propias no solo en el consultorio sino en la vida? Bueno, en mi caso me hizo ganar ni más ni menos que una casa en la playa!!
Desde hace diez años, yo mi esposo viajamos a Italia una vez al año para visitar las respectivas familias, que viven en regiones distintas del país.
Durante estos diez años, cada vez que nos quedábamos en la casa de unos tíos, dejaba atrás mío cualquier tipo de mirada periférica y me ponía sus pesadísimas gafas. Desde sus lentes, no hay otra opción posible que quedarse todo los santos días del año encerrados en casa con las ventanas cerradas para que no entre demasiada luz, sentados en el sofá y mirando de continuo la televisión. Por ende no hay ningún estímulo cultural, social o ético que empuje a salir, no hay lugares adonde irse más allá del supermercado a pocas cuadras, no hay ninguna conversación que valga la pena entablar más allá de chismes sobre parientes- vecindario, o de las quejas del tipo “se estaba mejor cuando se estaba peor”. La únicas noticias que filtran desde el mundo de afuera son tragedias que confirman que salir de tus cuatros paredes debe implicar algún peligro terrible o enfermedad gravísima, más allá de todo lo que ya les ha ocurrido en su desdichada vida. Y sí, una caja de 60 metros cuadros de depresión.
Durante estas visitas, siempre me acomodé a los estrechos límites de esas deprimidas paredes domésticas, y nunca intenté cuestionarlos, quizás por el respeto que le siento deber en tanto que pariente política.
La única distracción durante nuestra estadía, era salir, de vez en cuando, con mi esposo al Mundo de Afuera para visitar algunos de sus amigos de infancia que todavía viven en el pueblo, o una vez cada dos años, ir hasta Florencia- 20 minutos de tren, ya parecía irse a otro continente- a visitar la Bienal de Arte (que lastimosamente, como dice el nombre se hace solo un año de por medio).
Bueno, este año tuve que viajar a Italia sola con los niños, sin mi esposo y por ende sin razón de visitas a sus amigos y, además, sin Bienal, porque estamos en el año equivocado.
No era la mejor perspectiva, con los niños, que potencialmente se iban a volver locos frente a la prohibición de no poder saltar, ni levantar la voz.
Y me organicé: he lanzado una convocatoria a un par de amigas que viven en esa parte del país, para que me visiten.
Quizás porque no les hice una muy buena publicidad del clima que reina en la casa de los tíos (¡), una amiga decidió darme cita a Florencia, y otra planteó encontrarnos en un pueblo de mar que yo hasta ahora había solo escuchado nombrar, posiblemente porque había muerto algún turista ahogado o algo parecido.
Y resulta que esta localidad marítima queda a pena a 20 minutos de bus del pueblo de los tíos. Wow! Entusiasmo! Comentarios: “Mira un poco si no hay previsión de tormenta.”
Me permito preguntar “ Hará frio en el bus? Hay aire acondicionado?”. Respuesta, seca “No se´, son años que no tomo un bus”.
Me permito preguntar “donde guardan ustedes las toallas para el mar?” Respuesta, seca “Ni idea, son 10 años que no voy al mar”.
Buenísimo. Por lo menos logramos convencer la tía a venir con nosotros.
Por primera vez después de 10 años, ella vuelve a ir a la playa. Y yo, me doy cuenta que me había creído como tonta el cuento que, aparte Florencia, no existía otro mundo posible afuera de los 60 Metros Cuadros de Depresión. Ahora entiendo porque el código profesional del coaching prohíbe prestar servicio a parientes o amigos: es demasiado difícil tomar distancia de las gafas de seres conocidos y queridos.
Que revelación, ya me siento libre de no quedarme en esa caja, porque ya sé que existen otros lugares posibles, otras iniciativas, otros recurridos.
Y no pasa nada si la tía, fiel a su coherencia, al llegar a la playa tiene miedo que “el sol provoque cáncer a la piel de los niños, o que al no ponerse el traje de baño les vayan a aparecer incurables verrugas o que los niños se ahoguen como pasó a Fulano la semana pasada…” yo ya rencontré mi mirada periférica!
Y desde esta nueva mirada hasta puedo revalorar la casa de los tíos: ya no es una caja de 60 Metros Cuadros de Depresión en los cuales encerrarse una vez al año con educada resignación sino es una Casa Cerca del Mar o, mejor dicho, para quien, como yo, nació en una región de montañas, tener una casa a 20 minutos del mar es como tener Una Casa En La Playa!!
Y tanto me entusiasmé, que durante toda la estadía, yo y los niños hemos llevado la tía a la playa cada día por medio!! Y para el próximo año ya tenemos el desafío de convencerle al tío también, además de descubrir cuantos más lugares tenemos a 20 minutos de allí!
Tanto le agradecí a mi amiga por haberme dado cita en la playa y por lo revelador que ha sido la experiencia, que me contestó con una declaración hermosa: “Siempre hay que mirar más allá, y si uno no lo logra, hay que dejarse ayudar”.
Y justo de eso se trata el Coaching Ontológico: acompañar a los demás a mirar más allá de sus creencias y coherencias limitantes, sin “comprarse su cuento”.
Un poco como dejar de encerrarse en una casa y tomar un bus hacia la playa…
¿Y tú… sabes qué están hechas las paredes de la caja a la cual te acostumbraste? logras mirar más allá?
Quieres que te acompañe a descubrir el Mar de posibilidades que te están esperando?
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